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lunes, 11 de febrero de 2013

DAISY

Mi perrita está enferma, bueno estaba.
Son las nueve y la bajo a pasear, nada extraño hasta ahora, ella, más baja que una paloma y más corta que una barra de pan no sabe que es la última vez que baja.
Anda,olfatea y describe su trayectoria curvilínea ya que su patita delantera mal rompió pero peor soldó.Ella feliz, viviendo, yo, que va a morir sabiendo.
Sabe que está mala, pues ve como un tumor más grande que su rodilla intenta salir de su cuerpo, pero aún así feliz porque ni siquiera sabe qué es un tumor. ¿Deberíamos saberlo nosotros? ¿No seríamos más feliz pensando que simplemente estamos malos? Como ya he dicho otras veces,el conocimiento no siempre es bueno.
Sigo.
Trece años de vida, y trece años a lado de la mía. Solo tenía tres años pero recuerdo estar en la bañera con mi hermano y verla aparecer, una perrita tan pequeña que no muy grande se quedó cuando dejó de crecer.
Buena vida ha tenido, sí señor, ni siquiera aprendió a sentarse cuando se lo indicábamos, lo que aprendió fue a pedir comida y a ensuciarse lo máximo posible después de bañarla.
También actuaba como timbre, cuando sonaba otro ella se activaba y no dejaba de ladrar hasta que abriéramos la puerta.
Horas del sueño no le han faltado, "todo el día durmiendo" pensábamos nosotros, pero eso era delante nuestra porque cuando nosotros dormíamos era ella la que estaba despierta. El viernes por la noche oyes como su pata mala va deslizando hasta llegar a la puerta de tu hermano, "Daisy, a tu cama" le gritas desde la tuya, pero ella cabezuda y bien orgullosa de ello no cumplía la orden hasta que mi hermano llegaba a casa.
Cuidar nosotros a ella también nos ha tocado, pues tras su intento de hacer puenting sin cuerda se pasó nueve meses con sus patas bien vendaditas.
Algo sospechará, tras ir al veterinario y cenar salchichas algo debe estar pasando.
La cojo para pasarla al otro lado de un murillo de medio metro que ella no puede saltar, "venga Daisy nuestro último salto juntos" le digo, la cojo la elevo por encima de mi cabeza, vueltas doy, ¡weeeeeeeeee! voy gritando esperando que ella se lo pase bien hasta llegar al destino. Diez segundos de gloria,felicidad,tristeza,melancolía,sensación y transmisión, diez segundos que demuestran que se llora por los ojos pero no se necesitan para llorar. ¿Nunca han pensado lo que impactaría ver a un ciego llorando?
A la vuelta la cojo en brazos a modo de bebé y ahí veo a ella, tan bonica, mirándome con su cabeza y sacando media lengua. Me doy cuenta de que también es máquina del tiempo, pues empiezo a recordar todos nuestros momentos juntos, me veo a mí de pequeño y nos veo crecer juntos.
Inocente perro, que su permanencia o no en esta vida no ha decidido ella.
Perro tan pequeño que vacío de tal tamaño deja, perro el cual desde su perspectiva todos éramos gigantes pero ella estaba por encima de todos nosotros.
Adiós perro, adiós miembro de la familia, adiós Daisy.

   Mitchell Martínez Woolhouse, acompañante y amigo de Daisy, pero no su dueño.

1 comentario:

  1. Mitchy, en muchas ocasiones te he dicho que tu tienes talento para escribir. Me he leído este post de Daisy ya tres veces, y cada vez me gusta mas. ¿Como es posible que en tan pocas palabras puedas expresar tantas cosas?. Creo que perfecto, has mezclado poesía con narración. Estoy realmente orgulloso de lo que has escrito y de como lo has hecho, las tres veces se me han saltado las lágrimas y te aseguro que yo sentía lo mismo el día antes de llevarla al veterinario, ella estaba ignorante a lo que le iba a pasar. ¡ Que difícil fue meterla en el coche y dejarla allí ! pero como tu bien dices, hay que darle las gracias por esos buenos momentos.

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